Que un pederasta abuse de un menor y se arrepienta en la cárcel, quizás para muchos no sea suficiente pero ¿qué hace que un adulto sienta atracción por un niño o pre-adolescente? ¿Se puede prevenir?
“Puedo declarar que soy un puto pederasta. Pensarán que no me merezco la vida. Pues sí, la verdad, tienen razón, pero creo que quitarse la vida no es la vía adecuada. Tengo que apechugar con lo que he hecho”.
Así de rotundo –y en cierto modo en un momento de gran lucidez- se manifestaba en exclusiva (y por escrito en una entrevista realizada por carta para el diario “El Mundo”) un preso que se encuentra cumpliendo su condena. Un total de 25 años por un delito de abuso a un menor de tan sólo 12 años de edad.
Culpa y pesadillas
Quizás, hasta el momento, nadie había estado tan cerca (al margen de compañeros de celda, familiares y psicólogos) de una persona capaz de cometer un acto tan atroz como éste. Y, mucho menos, oír abiertamente lo que tiene que decir. Está claro que de sus palabras (su epístola no tiene desperdicio) se desprende que está muy arrepentido y que es consciente del daño que ha causado. No sólo, por supuesto al niño en cuestión, sino también a la familia de la víctima y a la suya propia.
Por eso, reconoce que debe pagar su culpa y aguantar ese remordimiento que, al parecer, aflora de forma cíclica y constante en su cabeza. “Tengo pesadillas. No me importaría morirme. He llegado a intentar suicidarme en varias ocasiones (…) Igual que he sido un hombre para una cosa, debo de ser hombre para afrontarlo y saber el daño que he hecho”.
Enfermos, psicópatas
Aquí podemos hacernos la eterna pregunta que surge cada vez que escuchamos informaciones en torno al tema de la pederastia o pedofilia: ¿Hablamos de personas enfermas, depravadas más bien o auténticos psicópatas?
Los expertos no se ponen muy de acuerdo al respecto de la pedofilia, ya que tampoco es una tesis muy fácil de resolver. Tal y como asegura el experto en Psicología, Sergio de la Vara Carro, el Manual de Diagnóstico Clínico más usado en el ámbito de la Psicología y Psiquiatría (determinado por la American Psychiatric Association, APA) define la inclinación de la pedofilia “sólo en base a la manifestación de fantasías recurrentes, impulsos y comportamientos de atracción hacia individuos menores de 13 años, que todavía no han llegado la pubertad. Como sociedad, nuestra mayor preocupación tiene que centrarse en evitar que esos abusos ocurran y que los individuos que los han llevado a cabo no lo vuelvan a repetir”.
Respuesta sexual
La prevención, por supuesto, es otra asignatura pendiente más a tener en cuenta pero también nos planteamos en este tema una eterna duda de la que hacemos partícipes a este profesional. ¿Por qué un adulto es capaz de desarrollar una respuesta sexual ante niños y pre-adolescentes que todavía no han alcanzado la pubertad?
De la Vara considera que una respuesta general no es acertada y que, para trabajar sobre el tema, habría que hacer un estudio concreto del individuo que presenta estas conductas pedófilas. Es decir, investigar cuáles son sus antecedentes personales, sus modelos de respuesta sexual aprendidos y, sobre todo, qué es lo que hace que ese tipo de conductas de pedofilia se mantengan en el tiempo. “No será el mismo tratamiento a seguir ante una persona retraída, sin habilidades sociales, que no tiene modelos de comportamiento sexual ante iguales y busca satisfacer sus impulsos de cualquier manera. O el de aquellos que buscan, planifican y cometen este tipo de delitos sólo por el placer de poder dominar a sus víctimas o por cualquier otra ideación patológica (que habría que estudiar)”.
Sexualidad y salud
Por ello, es importante una educación sexual sin tabúes desde la adolescencia donde, como recomienda el psicólogo, “los jóvenes puedan preguntar y adquirir unos conocimientos sobre ese aspecto fundamental de la vida, dentro de unos valores de igualdad en las relaciones; libertad en la expresión de su sexualidad y salud a la hora de mantener esas relaciones. Sólo así se evitarán muchos problemas a lo largo de su vida, y serán capaces de llevar sus relaciones entre iguales y sin que medie ningún tipo de coacción o abuso”.
De esta forma, evitaremos no sólo testimonios como el de este recluso “arrepentido”, sino casos escalofriantes que cada día parecen más habituales y que son ya demasiado frecuentes en nuestra sociedad.