Cabeza de … proxeneta

proxeneta

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Por fin ha sido condenado, aunque tan sólo a 30 años de cárcel, o eso han debido pensar todas aquellas mujeres a las que estuvo vejando y agrediendo física y psicológicamente durante un largo tiempo. Ioan Clamparu, que así se llama este señor rumano, era más conocido en su entorno con el sobrenombre de “Cabeza de Cerdo”. Nunca se había puesto un apelativo más acertado y bien avenido y en, esta ocasión, me refiero obviamente a la segunda parte del mismo.

Qué debe pasar por la cabeza de una persona para convertirse en uno de los principales proxenetas de Europa buscado por la Interpol. En estas ocasiones, se suele especular con un trágico pasado plasmado de incomprensiones infantiles, maltratos,  soledades y muchas carencias. Sin embargo, en casos similares siempre tendemos a buscar culpabilidades secundarias. ¿Y si simplemente el tal Cerdo era un ambicioso sin más? ¿Y si disfrutaba –como hemos visto en muchas imágenes ocultas- de las cantidades ingentes de dinero de las que disponía y de creerse un nuevo “Padrino” al estilo Al Pacino? Su vida, básicamente consistía en fiestas, mujeres, drogas, trata de mujeres y prostitución. Junto con varios de sus cómplices, consiguió durante el año 2000 que un enorme grupo de mujeres rumanas llegasen a nuestro país creyendo que trabajarían de camareras o en el servicio doméstico. Pero a su llegada, contraían la típica deuda (casi de por vida) que tan sólo podían salvar ejerciendo la prostitución para él y, por supuesto, entregándole el dinero que consiguiesen. Para que todo fuese más creíble se las apañaba para convencerlas a base de amenazas, palizas, vigilancia y control permanente… o violaciones, como a la menor a la que obligó a abortar.
No entiendo porqué estas personas creen -a estas altura de siglo – sentirse más poderosas ejerciendo su engañosa supremacía sobre las mujeres, cuando en realidad proyectan sobre ellas sus múltiples frustraciones, sentimientos de inferioridad y primitivismo.  La violencia no les hace más fuertes frente a la aparente debilidad femenina. Las coacciones no les hacen ni mucho menos más libres ante la supuesta indefensión de esas pobres chicas extranjeras representativas de tantas otras en la misma situación.
Me quito el sombrero ante las que han dado un paso adelante y se han atrevido a testificar contra este singular personaje. Y ante todas las que se atreven a denunciar, a salir de un submundo o desvincularse de algún malnacido que las obliga a estar o realizar alguna práctica humillante y, sobre todo, no voluntaria. Chapó.